lunes, 24 de noviembre de 2014

La última Aristócrata

María del Rosario Cayetana Fitz-James Stuart y Silva, más conocida como Cayetana de Alba o condesa de Alba, fallecía el pasado jueves en su residencia de Sevilla.


Descendiente directa del rey Jacobo II de Inglaterra, pariente de Churchill, compañera de juegos de la reina de Inglaterra, descendiente de la escocesa dinastía Estuardo, inscrita en el libro Guinness de los récords por poseer más títulos nobiliarios que nadie...Sus padrinos de bautizo fueron el rey Alfonso XIII y su esposa, la reina Victoria Eugenia. El padrino en su primera boda, a la que asistieron representantes de Casas Reales y aristócratas (fue considerada la boda más cara de la historia), fue el conde de Barcelona, Don Juan de Borbón.


Todo su currículum vital no pareció importar a todos de igual manera en su entierro, al que como representante de la Casa Real española acudió la Infanta Elena, a quien su hermano el rey había relegado a un segundo plano desde su reciente coronación. Tampoco acudieron los reyes eméritos, con quien la duquesa mantuvo una estrecha relación, especialmente durante el franquismo.


Eso no impidió que se siguiera el protocolo: los primeros en saber la trágica noticia fueron los reyes; la persona que lo anunció fue el alcalde, cuyo ayuntamiento acogió la capilla ardiente; en la catedral cada uno ocupó el asiento que le correspondía; y miles de plebeyos le rindieron pleitesía y le dieron su último adiós entre aplausos y lágrimas.


Muchos ven en estas familias vestigios de una sociedad feudal en la que los terratenientes se apropiaban de las tierras, y lo consideran algo anacrónico en nuestros días. Acusan al ducado de Alba de tener propiedades improductivas y apelan al artículo 33.3 de nuestra Constitución que delimita el derecho a la propiedad privada y a la herencia, rezando que nadie podrá ser privado de los mismos "sino por causa justificada de utilidad pública o interés social". Pretenden desprender a los nobles de sus hectáreas bajo el grito de "la tierra para el que la trabaja".

Pero no falta quien apoya a estos virtuosos en el arte de acumular (y conservar, tarea para nada fácil), abono del papel cuché, y como prueba la cantidad de andaluces ociosos que, gracias en parte a la elevada tasa de paro de la región, se acercaron a despedirla. Su vida fue tan variada y colorida como las páginas de las revistas en las que salía, y no sólo por la variedad de su armario: tiñó la nación con el rojo sangre de las corridas de toros y el dorado del traje de luces, nos llenó de lunares de feria y nos cubrió de mantillas negras bajo el sonido de rumbas y saetas; nos obsequió con la luminosidad y el colorido de Renoir, con la religiosidad de El Greco, con los manjares de "La última cena" de Tiziano, con las miradas de Rembrandt, y un largo etcétera que compone la colección de arte que atesoró. Tenemos que agradecerle que podamos tener en España tal cantidad de obras de arte, aunque no esté al alcance de todos disfrutar de todas ellas, y debemos reprocharle que nos privase de los trazos de su figura desnuda bajo la mano de Picasso.



Decía de sí misma que vivió como quiso y no le faltaba razón, si bien siempre tuvo muy presente la casa que representaba y sus obligaciones como tal. No estaría mal recordar, a quienes la definen como una rebelde, el significado de esta palabra: comportamiento de quien se subleva ante una orden u obligación. Me atreveré a nombrar a otra duquesa que tuvimos tiempo ha por estos lares, la de Medina Sidonia, que en los años sesenta del pasado siglo (coetánea pues de Cayetana) fue procesada y encarcelada por manifestarse en defensa de los derechos de los agricultores, algo verdaderamente inusual en los de su casta, que tanto gusta nombrar últimamente.

Si bien es innegable que quedan aún muchos restos en España de vástagos reales y de noble cuna, poco a poco van perdiendo protagonismo e importancia Real. Durante su reinado, don Juan Carlos otorgó 55 títulos nobiliarios, entre los que encontramos personalidades como Adolfo Suárez, Salvador Dalí o Vicente del Bosque.


Sigue existiendo la nobleza, pero el color de su sangre ya no es tan azul.